lunes, 10 de mayo de 2010

Pequeña extraña.


Vi a una pequeña niña una mañana, no tenía más de doce años.. sentada, sola en una banca, viendo a la gente que iba y venía, quienes, pasando a su lado, no le prestaban la mas mínima atención. Yo, desde la distancia, la miraba con detenimiento, recuerdo con exactitud sus hermosos rasgos, su delicada piel blanca, sus oscuros cabellos, tan oscuros como el más puro de los ébanos, sus ojos, que pese a estar alejados de los míos, los vi un tanto perdidos, desconcertados.. desilusionados, ¿de qué? me intrigaba saberlo. Claramente no se veía como una niña cualquiera, pude percibir al instante su singularidad. Inspiraba ternura, inocencia, calidez, una inmensa paz. Quise acercármele, quise abrazarla, quise escuchar cada palabra que aflorara de su corazón, quise comprenderla, quise darle mi incondicional apoyo, quise. Más nada de eso hice.

No pasó ni un segundo, cuando de repente me miró, y en ese momento, no acudí a otra cosa más que a sonreirle, fue una de esas sonrisas nerviosas, pude sentir el latido incansable de mi corazón, las manos al instante se me volvieron sudorosas,y mi mejillas se sonrojaron. En ese minuto pensé que la niña se estremecería, que tomaría su pequeño bolso y se marcharía, pero no fue así, sucedió el acto mas maravilloso que he podido presenciar. Me regaló la más dulces de las sonrisas, y en sus ojos pude ver volver el brillo que en un principio había perdido. Y comprendí que todo estaba bien, que seguiría adelante, que no dejaría que la tristeza siguiera invadiendo su dulce corazón. No hizo falta que me lo dijera, las palabras estaban demás, sólo me bastó con observarla. Sólo un instante, nada más.

Y así, la pequeña extraña, se alejó, recogió sus cosas, y caminó, ¿a donde? no lo sé. Lo que si sé, es que de mis recuerdos no se alejará jamás.