En el eterno andar de mi calle, chuteo las piedras de mi camino. Saludo a
los vecinos uno a uno. El primero siempre es algo peculiar “Buenos días señor(a),
tengo manzanas, avena, algo de esperanza fresca y sonrisas enlatadas”. Sigo de
largo, doy tres pasos, o quizás más. Miro hacia el final de la calle, donde las
casas parecen parearse unas con las otras. Toda mi calle, todos mis vecinos.
Tanto como el más cercano, como el que vive en la última casa, todos igual de
vecinos. Llego al final del camino y, “Buenos días señor, tengo manzanas, avena, algo de
esperanza fresca y sonrisas enlatadas”