Tejí
hasta que las articulaciones de mis manos se descolocaron, tejí día y noche,
tarde y mañana. La aprobación últimamente requiere de esfuerzo. Acudí a mi
puesto. Miradas desconcertadas me cubrieron. Se acercó ella, y sin pensarlo (lo
suficiente) dejó su oso de trapo en el suelo, quitó su viejo chaleco y, en el
transcurso de una sonrisa, se puso el mío. La imposibilidad de no sacar las
manos, en vez de alarmarla, le causo regocijo. Y es que, a veces, las cosas más
improbables, las más remotas, las más absurdas (tal vez), pueden quebrar el
giro circunstancial de la vida
me gustó mucho.
ResponderEliminar